sábado, 14 de agosto de 2010

Como fútil y presto

Iba juntando caracoles de la orilla. Caracoles dorados, caracoles transparentes, caracoles espejados reflejando... Se escuchaba el tintineo de las campanas en las puertas de las casas. Casas cuadradas, iguales, monótonas, en filas interminables...filas paralelas, rectas, infinitamente ordenadas. La vida se plasmaba en cuadrículas. Caracoles redondeados, caracoles de colores que imaginó. El agua se confundía con el cielo. Podía subir por una escalera y zambullirse en el azul. Imaginaba el pararse en una piedra y divisar lo que había del otro lado. Imaginaba hundirse en la arena y aparecer en una nada. Imaginaba caracoles, los imaginaba para luego guardárselos. El mar se convirtió en el interior de un caleidoscopio, la arena en azúcar, las rocas en asientos de plumas. Las pupilas de las nubes se dilataron. Se apagó la luz, pero podía ver el continuo cambio de imágenes, más imágenes, más colores, más reflejos, más luces. Imaginaba. Ligereza. Y veía.

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